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Quintanilla está bien aireada y a ello
contribuye su altitud, con un promedio de 900 metros. Todo su término es
paisaje inmenso y horizonte lejano. Déjate llevar por el susurro del viento y
piérdete en la paz del silencio, que también es recuerdo. Tienes por delante un
camino por andar. Camina por su extenso término y goza de la diversidad de
panorámicas y paisajes. Pisarás historia. Desde Valdecastilla (punto culminante, 1024 mtrs.), en el límite con
Osma, donde cuentan las crónicas que en el año 1325 el hijo de Garcilaso vengó
la muerte de su padre matando a catorce caballeros y al cabecilla principal,
natural de Morcuera, la panorámica es inmensa: se divisa a la perfección desde
la sierra de Urbión hasta la de Guadarrama. Muy cerca de donde te hallas
se encuentra un paisaje arcilloso, Las Chorreras, en forma de crestas
agudas que el contraste de luz y sombra le confiere un atractivo espectacular.
Resulta muy fotogénico.
Tómate un respiro y continúa por la Cañada Real. Siguiendo la ruta merinera hacia el oeste se halla
enclavada la Atalaya (en la que
tiene lugar la tradición de mayor raigambre entre los del lugar) desde donde
podrás divisar a la perfección los castillos
de Gormaz, Uxama y San Esteban, y muchos pueblos diseminados de alrededor
sobre el valle del Duero y el inmenso horizonte que se abre a tus pies. Por la
parte norte, la panorámica se extiende más allá de la tierra de los Avellaneda
y de la Galiana de Ucero. Si te acercas por mayo, el sábado víspera de la
Ascensión, podrás participar en una singular romería a la que sólo pueden
asistir los varones (no es cosa del machismo porque así ha estado establecida
desde sus orígenes). Es de mucha algarabía y ancestral tradición y marca el
inicio de una alegre fiesta, empezando por un buen almuerzo entre letanías y
buen vino.
Párate a escuchar el flamear del viento y el cántico de las aves. Oirás
la sinfonía del silencio con notas melodiosas. Decídete a visitarlo al declinar
la primavera o al inicio del estío, cuando los campos ondulan sus granadas
espigas y el ababol florece con todo su esplendor. Si al caer la noche reposas
tumbado mirando el firmamento estrellado y sientes el griterío ensordecedor de
grillos y renacuajos, te parecerá que estás en pleno paraíso. ¡No lo dudes!
A poder ser, vuelve apenas iniciado el otoño, momento en que la
naturaleza explota en mil colores y el campo se viste de ensueño. Si te acercas
por el mes de octubre es posible que participes en la vendimia y puedas ver
cómo se hace el vino por el método tradicional. Que alguien te cuente todo lo
que llevaba aparejado antaño las mosterías.
Si no la consigues y necesitas tal información, cuenta conmigo. Octubre siempre
ha sido un mes de órdago tradicional: la vendimia, la segunda fiesta del pueblo
(antiguamente la principal) y la tradición de La Machorra (31 de octubre) que aún pervive. Y tantas otras
costumbres que se han perdido. Pero queda el recuerdo con sus anécdotas. A
poder ser que te las cuenten en una de esas veladas entrañables en la bodega
(en Quintanilla somos muy acogedores) en las que sólo las cubas conocen todos
los secretos y son tantos... O al calor ambiental y rústico de la Peña. En
cualquier caso estarás como en tu casa.
En este cúmulo de historia, paisaje y tradición hay que situar a
Quintanilla de Tres Barrios en su lugar correspondiente. Se trata de uno de
tantos pueblos diseminados de la geografía soriana cuya ubicación se ha de buscar
al ladito de San Esteban de Gormaz, a 3,8 kilómetros del desvío de la carretera
N-122. En un alto, para que se le oreen bien las entrañas, se levanta erguido,
con su estatura de 934 metros. A cada una de sus faldas, formando pequeñas
vegas, surcan dos arroyos, Torderón
y la Estacada, que se las ven y se
las desean para llevar agua continua. Corrientes de tan parvo caudal nunca fue
regalo divino para regar sus tierras, otrora exprimidas hasta la saciedad. Hoy
lo que se cultiva es cereal y viñedo, el fruto de este último de notoria
calidad hasta el extremo de ser el culpable del grado conseguido por el caldo,
con su correspondiente etiqueta de denominación de origen Ribera del Duero. Ya
hemos hablado del calor de las bodegas, de las costumbres de merendar en las
bodegas hasta altas horas de la noche y de los secretos que guardan entre sus
paredes.
No todo el campo es orégano. El de regadío no puede entenderse como tal
y los campos se cultivan para llenar los graneros. Al paisaje de onduladas
espigas le salen muchas manchas negruzcas y verdosas a modo de pinceladas entre
las espigas amarillentas y las tierras rojizas. Son grandes chaparras en
bandadas y las más en comunidad. Goza Quintanilla de un extenso terreno de
monte de encinas que lo coronan por su parte este y sureste, limitando su
mojonera con la de Alcubilla del
Marqués, Osma, Valdegrulla, Berzosa y Matanza. Un monte comunal dividido en
suertes de propiedad particular agostado en el tiempo que permanece sin
explotar. ¡Cuánta piara podría ser engordada con sus bellotas! O para el ganado
ovino, cada vez más escaso por estos parajes, que se nutre de alimento natural
para regusto de su carne.
Claro que lo que no va en lágrimas va en suspiros. El efluvio de los
olores invade el ambiente cuando rezuman la flor de la aliaga, del tomillo y de
la retama fundidos con las de otras yerbas que de muchas clases y tipos imperan.
Resulta evidente que por aquí las rutas se hacen doblemente placenteras
porque sus paisajes alegran la vista y sus olores los ánimos. Falta hace para
compensar la decadencia del lugar que como todo pueblo sufridor de Soria ha
tenido que padecer los rigores del desarraigo. Por eso resulta un sin sentido
sacar a colación las costumbres y las tradiciones de años pretéritos por ser
motivos para la añoranza. Mejor quedarse con la copla de la realidad y
evidenciar lo que se cuece, no ya en pucheros de barro sino en un futuro
comprometedor. Para abrir boca y levantar los ánimos aún persisten motivos que
relanzan el ánimo y vitalizan el ambiente. Perviven costumbres muy arraigadas
como la conmemoración de la Atalaya (una
romería con misa, letanía y procesión con insignias desde el pueblo hasta la
torre vigía), que ha ido adquiriendo resonancia y participación con los años.
También las fiestas patronales (9 y 10 de agosto) han conseguido un nivel
considerable hasta el extremo de haber sido un referente en la zona con sus
vaquillas, su caldereta y su tremenda algarabía y no menos ambiente parrandero.
En cualquier caso siempre existe la ocasión de quitarse las penas con
una buena merienda de chuletas asadas a la puerta de la bodega y darle unos buenos
tientos al jarro de vino hasta que el cuerpo aguante su voluntad. Y porqué no,
canciones hasta repasarlas todas, como en los buenos tiempos. Y que salga el
sol por donde quiera.
(1) Al respecto, ver el trabajo, ambientado en
este imaginario lugar, Donde se da cuenta
de la aventura que le sucedió al valeroso don Quijote en el camino de las
brujas, en la web de Alcozar.
Algo
para recordar
De siempre hubo una sana rivalidad entre los mozos y las mozas de
Quintanilla, aunque la canción hable bien de ellas:
Somos de un pueblo, señores, / de Quintanilla la guapa
si quieres saber su nombre / no te fijes en el mapa
no tie’ sierra ni tie’ puerto / pero sí mucha alegría
y además unas chavalas / que son una monería.
En la tradición del día de la
Atalaya las mujeres no pueden participar. Es sólo y exclusivamente para
hombres. No se sabe si debido a ello, el martes de Carnaval mozos y mozas
solían enzarzarse en una batalla por la supremacía. Los mozos, haciendo uso de
pelusas de las espadañas, les daban vardascazos donde podían hasta explotárselas
encima. Las mozas se defendían con uñas y dientes sin miramientos y si habían
heridas de por medio solían lanzarles aquello de “por Carnaval todo pasa”. No
quedaba aquí la cosa porque por las mosterías las lavaban la cara con uvas y
cuando se sacaba el vino mosto del lagar, las mujeres volvían a ser objeto de
los acarreadores que de regreso de la bodega las perseguían por doquier para
lavarlas la cara o el culo con la boca del pellejo. Se la tenían jurada ellas y
en la matanza del cerdo se vengaban untándoles la cara con el mondongo. Así
pasaban la vida, como el perro y el gato, pero en buena armonía. Porque a nadie
se le escapa que las noches de rondas y las enramadas de por San Juan no eran
más que para hacerse notar que allí estaban ellos para recordarles un posible
compromiso.
En Quintanilla, los hombres siempre han sido recios. Los chicos pasaban
a la categoría de mozos a través de un rito de lo más brutal. Esta barrera
solía coincidir con los dieciséis o los dieciocho años y para entrar en la
comunidad tenían que “dar la Cuartilla”,
que era invitar con cuatro litros de vino al conjunto de los mozos. Se hacía
una merienda para la ocasión y al final de la misma tenía lugar la prueba de la pajilla, para demostrar la virilidad
del mozo entrante, quien tenía que colocar su miembro sobre una mesa y sobre
éste una paja de centeno a la que se le golpeaba repetidamente con una piedra para
comprobar su fortaleza. Que se sepa ninguna paja de centeno quedó sin romper.
Las inclemencias meteorológicas trajeron en jaque a las gentes del
campo. Raro era el año que las Novenas y las Rogativas no salían a la palestra.
El novenario tenía lugar en el pueblo pero a las Rogativas acudían los pueblos
de la comarca, que por lo general se juntaban en San Esteban de Gormaz o en El
Burgo de Osma. Ocurrió un año que de regreso de El Burgo, el que llevaba el
Santo Cristo, cabreado porque no había llovido, cogió y lo metió en un pilón de
agua para ver si así se recordaba de la lluvia. La respuesta no se hizo esperar,
fue tal la pedregada que cayó que arrasó por completo los cultivos y hasta los pájaros sufrieron
las consecuencias. Aquel año nunca se borró de sus mentes.
El ansia del agua y la escasez de ésta hacían que su demanda fuera
tremendamente solicitada. Durante los meses de verano los chicos se dedicaban a
guardar el agua de regadera en regadera, o sea de paraje en paraje. Para
guardar el turno tenían que permanecer en el lugar de riego y allí pasaban días
y noches, a veces semanas enteras. Se juntaban hasta una docena de chicos o
personas bien entradas en años esperando la vez. En cierta ocasión, como en
muchas otras, en agua les llegó de sopetón y a borbotones. Durante la noche les
pilló de sorpresa una tremenda tormenta que puso en peligro sus vidas. La
tormenta desbordó el arroyo y anegó todo a su alrededor. Los padres de los
chicos salieron a buscarles pero no encontraron ni rastro de ellos. Se mascó la
tragedia cuando rastrearon de arriba abajo el lugar sin encontrarles. Todo el
pueblo salió en su auxilio pero su búsqueda resultó infructuosa. Lloraron su
desaparición y dieron por ahogados a los pequeños. El pueblo fue un llanto en
pena. La sorpresa fue mayúscula cuando al amanecer del día siguiente los chicos
aparecieron sanos y salvos… Al parecer, en medio de la tromba de agua,
consiguieron pasar el otro lado del puente antes de que sus márgenes se lo
imposibilitaran y se hicieran
impracticables. Un hombre les llevó a un corral donde pasaron la noche. Fue el
día más trágico de la historia de Quintanilla.
Anécdotas e historias mil tiene este pueblo, como la mayoría de los de
su condición. Algunas generales y otras singulares. Sucesos, acontecimientos y
hasta apariciones. Se cuenta que un día de mayo desapareció Marina, una niña de
apenas dos añitos. Al echarla de menos, todo el pueblo salió en su búsqueda.
Cuando toda esperanza estaba perdida y empezaba a cundir el desánimo se oyeron unos
toques de las campanas de la iglesia. Ante el asombro de todos, estando la
puerta cerrada, se procedió a abrirla para ver lo que pasaba. La sorpresa fue
mayúscula cuando apareció allí la pequeña. No fue por casualidad puesto que su
hermana la había llevado a la iglesia durante el rosario y se había olvidado de
ella al salir. La pequeña se quedó dormida y cuando despertó, al verse sola
comenzó a llorar hasta que “la Virgen guapa” se le apareció y le dijo que
tirara de la soga de la campana para que vinieran a buscarla. Y así lo hizo.